Algunos proyectos nacen del deseo profundo de detener el tiempo.
Esta cabaña familiar, enclavada en un terreno de 670 m² en las montañas de Mazamitla, Jalisco, un lugar donde el clima es frío y la calma es densa, esta cabaña se convierte en un abrazo de arquitectura y naturaleza. No busca imponerse, sino coexistir: se diseñó respetando cada árbol adulto, algunos de los cuales quedaron abrazados por los muros y techos, integrados como parte viva del interior.

Aprovechando las cuatro orientaciones del terreno, cada fachada se abre generosamente con ventanales de piso a techo, permitiendo que la luz, las vistas y el bosque entren y cambien el ánimo del espacio a lo largo del día. Aquí, el paisaje no es un telón de fondo, es protagonista.

Pensada para el descanso y la convivencia, la cabaña prioriza los espacios compartidos: la charla al calor de la chimenea, los juegos, las comidas largas, y sobre todo, los recuerdos. Este refugio familiar no solo resguarda cuerpos, sino memorias en formación, momentos íntimos y valiosos que se entretejen con el crujir de la madera y el silencio de los árboles.