Hay proyectos que se ganan su lugar por la complejidad del reto, no por la belleza del contexto. Esta bodega industrial nació en un terreno sumamente irregular, sin un solo ángulo recto, lo que demandó precisión milimétrica desde el trazo hasta la última colocación de ladrillo. Pero el mayor desafío vino del subsuelo: a tan solo dos metros de profundidad, la presencia constante de agua obligó a repensar cada decisión de cimentación y estructura.

La solución no fue solo técnica, también estética. Se eligieron block y ladrillo aparente como protagonistas, materiales nobles que, además de ser económicos y de bajo mantenimiento, permitieron un diseño que honra lo funcional sin renunciar a lo visual.

En el corazón del proyecto, una cubierta ligera y precisa: una estructura de armaduras metálicas y lámina logra cubrir un claro de 27 metros sin apoyos intermedios, liberando por completo el espacio interior. Como gesto de inteligencia espacial, se construyó un mezzanine que aumenta los metros cuadrados útiles y optimiza la operación dentro del volumen.

Esta bodega, más que contener objetos, resguarda un ejercicio de ingenio, eficiencia y dignidad constructiva.