En lo profundo de un bosque de coníferas, a tan solo veinte minutos de Mazamitla, Jalisco, se despliega un complejo turístico de 8,106 m² concebido no como una intervención, sino como una coexistencia. Aquí, la arquitectura no se impone: se adapta, se camufla, se funde.

El terreno, con su río serpenteante y una topografía marcada por curvas suaves, dictó el ritmo del proyecto. Las cabañas (cinco lunamieleras, dos medianas y una principal) se colocaron cuidadosamente entre los 28 pinos y cedros adultos, respetando su ubicación como si fueran guardianes naturales del lugar. Cada volumen se posa entre claros del bosque, insinuando más que mostrando, envolviéndose en la sombra y la textura del entorno.

Además de las cabañas, el proyecto contempla un lago artificial que refleja el cielo y las copas de los árboles, una cancha de voleibol para la convivencia y un área común que invita a la reunión y al descanso. Todo enmarcado por el aroma a madera húmeda, el crujir de las agujas secas bajo los pies y la temperatura templada que abraza la mayor parte del año.

Este complejo no pretendía ser un destino: es una experiencia de quietud, naturaleza y diseño consciente, donde cada línea de arquitectura nace de una raíz, de una curva del terreno, o del murmullo del río que atraviesa la propiedad.